"Se fue Néstor y se nos complicó", apunta Martín Cisterna, con una extraña mezcla de Corrientes y Patagonia en la tonada. "Él nos miraba. Ella mira para otro lado", sentencia mientras el frío se cuela por alguna hendija del taxi. Son poco más de las 18.30 y ya es noche cerrada en Río Gallegos. Al día siguiente el sol asomará alrededor de las 10.
El escenario cambia de la impecable autopista que conecta el aeropuerto con el núcleo urbano a una manifestación de empleados públicos en la esquina de San Martín y Kirchner. Allí confluyen las avenidas más importantes de la capital santacruceña. Los autoconvocados piden un básico de $ 7.000. "Acá hay dos gobiernos -explica un docente-. Peralta dice que la provincia está quebrada. El que pierde es el bolsillo". El docente solicita que no se publique su nombre y Peralta es Daniel, el gobernador que hace equilibrio sobre una cuerda delgadísima. Está enfrentado con Buenos Aires y sus comprovincianos lo padecen.
Una gigantografía de Néstor Kirchner obliga a levantar la vista en el microcentro de la ciudad. Nunca mejor consignado lo de micro: en un puñado de manzanas se concentran los edificios públicos, los espacios de poder y la escasa vida comercial. El mensaje es una declaración de amor: "Aquí nació y vive en el corazón de los riogalleguenses".
La omnipresencia del ex intendente, gobernador y presidente en el imaginario colectivo santacruceño no guarda un correlato con la realidad política. El kirchnerismo no fue capaz de construir una fuerza homogénea en su patria chica. Los 10 años de permanencia en el escenario nacional se disuelven en Río Gallegos como los copitos de nieve que caen a la siesta.
Para ganar hace un par de meses la interna del PJ Peralta impuso su aparato al de La Cámpora. Fue una derrota para las huestes de Máximo Kirchner, a quien se ve poco y nada por las calles de la ciudad. Apenas se lo distingue bajando de su camioneta para visitar a su amigo Rudy Ulloa Igor, el ex chofer de su papá devenido próspero empresario.
"Máximo es una incógnita -sostiene Ariel Figueroa, periodista tucumano que cambió la calidez de Las Talitas por los ventisqueros patagónicos-. Eso de que se pasa todo el día jugando a la Play es una mentira, pero tampoco se lo ve como el gran conductor político. Por acá no vienen Larroque, De Pedro o Recalde a pedir consejos. Máximo está más dedicado a cuidar los negocios de la familia".
Negocios. Buenos negocios. Grandes negocios. Sobre ellos giran, una y otra vez, las versiones. Típico de una geografía en la que hay poco para hacer y mucho para decir. "Ahí trabajaba Lázaro Báez", indican varios índices señalando el Banco de Santa Cruz. Kirchner se lo vendió al Grupo Eskenazi y Báez fue la correa de transmisión durante las tratativas. De perspicaz y ubicuo empleado bancario pasó a ser amo y señor de la obra pública. Austral Construcciones, uno de sus buques insignia, es la favorita de las licitaciones.
"Cada vez que preguntés la gente te va a decir que Lázaro es un buen tipo porque da trabajo -anticipa otro periodista, Tarek Hallar-. Eso es verdad, porque tiene 4.000 empleados. Además, es muy vivo para hacer beneficiencia. Pero no hay que confundirse".
Báez vive cerca de la costanera -la ría, le dicen los riogalleguenses-. Es el barrio más elegante, pero carente de ostentaciones. En Yerba Buena hay infinidad de edificaciones mucho más imponentes. A pocas cuadras está la casa de Cristina, más allá la de Rudy Ulloa, y un poco más cerca la de Eduardo Costa.
¿Quién es Costa? El referente opositor. Perdió por muy poco las últimas elecciones y pretende ocupar La Rosadita -la pequeña y pintoresca Casa de Gobierno- en 2015. Es dueño del tradicional hotel Costa Río y de Tehuelche, una cadena de supermercados que se extiende por la Patagonia. Diputado nacional por el radicalismo, su esposa es Mariana Zuvic, jefa de la Coalición Cívica-ARI provincial.
Lo curioso es que Costa alquila parte de su hotel para que funcione el Concejo Deliberante de Río Gallegos. Y al lado está el casino, uno de los seis que tiene Cristóbal López en Santa Cruz.
En el debe
Esos signos de flaqueza institucional se corresponden en la Legislatura -el sistema es unicameral, como en Tucumán-. Allí, el PJ cuenta con 22 de los 24 parlamentarios. El problema para Peralta es que la mitad de los peronistas siguen las instrucciones de Cristina, no las suyas. El Poder Judicial es un saco que el sastre Carlos Zannini cosió a medida del Ejecutivo cuando Kirchner lo entronizó como presidente del máximo tribunal, allá por los 90. A la hora de las urnas, la ley de lemas hace de las suyas.
Ana Cecilia Álvarez subrogó durante cuatro años el Juzgado Federal de Río Gallegos. Cerró Las Casitas -la red de prostíbulos señalada como una de las estaciones del Vía Crucis de Marita Verón- e investigó ese entramado de negocios al que la prensa nacional se subió mucho después. Desde Buenos Aires tiraron con munición gruesa y responsabilizaron a Álvarez por haber cobijado los juicios del personal de Gendarmería y Prefectura contra el Estado que hace unos meses generaron reclamos en esas fuerzas. La semana pasada terminó la historia de Álvarez en Río Gallegos: un sorteo efectuado en Comodoro Rivadavia determinó que el juzgado que ella subrogaba será ocupado por Andrea Askenazy Vera.
El otro actor que se animó a plantarse contra el oficialismo fue el ex obispo Juan Carlos Romanín. Su exposición a la cabeza de los reclamos sociales y la cercanía con Jorge Bergoglio -por entonces en la vereda del frente de Néstor y Cristina- fueron demasiado. Renunció por "problemas de salud", aunque es un secreto a voces que las presiones lo sacaron de la cancha. El confesor de la Presidenta en El Calafate, Lito Álvarez, formó un grupo de "sacerdotes K" que pidieron la remoción de Romanín en una carta enviada al Nuncio Apostólico. Acorralado, el obispo dio un paso al costado y lo reemplazó Miguel Ángel D'Annibale, de perfil más aplacado y dialoguista.
La participación ciudadana es casi nula en el devenir santacruceño. No suenan voces de colegios profesionales ni de ONGs que sean capaces de bajarle el volumen al discurso del Gobierno. Hay tres diarios y dos de ellos (La Opinión Austral y Tiempo Sur) están atados a la pauta oficial. No tienen firmas ni color. El otro (Prensa Libre) es de Lázaro Báez.
Gigantesca en el territorio y minúscula en el padrón, a Santa Cruz los 10 años de kirchnerismo no le mueven el amperímetro. Será porque allí se cocinó la historia y por eso están inmunizados contra los balances.
De Lázaro Báez para Néstor, su gran amigo
Son las 11.30 de un martes y por las callecitas del Cementerio Municipal de Río Gallegos sólo circulan ráfagas heladas del más genuino viento patagónico. A lo lejos, indisimulable, se divisa la mole de cemento que Lázaro Báez construyó para cobijar a Néstor Kirchner y a su familia. Polo Ávila, un santiagueño rollizo y simpático, emerge de la caseta que le sirve de refugio. A él le toca cuidar el mausoleo esa mañana. "Pase, se puede recorrer y sacar fotos. Pero el acceso al recinto sólo se permite los sábados y domingos -informa-. Esos días vienen cientos de personas".
El recorrido, rejas adentro, permite contar 11 cámaras de seguridad en las alturas, dos llamas votivas, una fuente que no está funcionando y un espacio para sentarse y reflexionar sobre el hombre cuyos restos descansan a pocos metros. Sobre los barrotes, algunos mensajes y banderas de La Cámpora. Cerca de las grandes puertas de madera, tres placas. Una del "amigo Lázaro".
"Algo se distingue por las ventanitas", indica Polo. Pero son tan estrechas que el interior queda vedado a las miradas. "Hay muchas fotos, y abajo están los féretros de Néstor y de sus padres", dice el guardián.
En un cementerio policlasista en el que se alternan monumentos, nichos aéreos y tumbas en la tierra, el mausoleo reina por la contundencia de sus formas y por su simbología.
"A este hombre se lo quería mucho -sostiene Polo-. Pero, ¿sabe?, las cosas no son las mismas por acá desde que él murió. ¿Se encuentra trabajo en Tucumán?"